jueves, 6 de enero de 2011

Como si fuese sencillo olvidarte.
El litio me trajo regalitos envueltos, me trajo pestañeos inesperados.
Tuve la sutileza de escribirle algo en los últimos y frágiles minutos de la existencia de su cuerpo. Quise deslizarme por sus cabellos, mirar sus ojos robados por el tiempo, tocar su blanca piel despacito, lento, bajar con mis besos perfectamente creados para ella. El nihilismo que guardaba sus palabras y ese bichito dengue de algunas ansias, impulsos y mordidas combinadas, capturarlo todo, mezclarlo, hacer un jugo gástrico. Le escribieron a Soledad para que vuelva, le escribieron y ha vuelto, la pobre mocosa.

Soledad era de aquellas mujercitas que dormían en los metros, en las plazas, en el sueño de un suelo blando, aquellas niñas que armaban caos en los patios presidenciales, que detestan la hora y se enamoran de los chiquillos con las hormonas alborotadas. No, admitiré, soledad no es parte de Litio, “La litio” nació de otros días, algunos con lluvia, otros soleados. Pero Litio recuerda a Soledad, no como alguien de antaño sino, como un presente diferente a ella, la ve como un desgaste de toda aquella vida que ella riega por sus letras, la ve pequeña y enredada y mi Soledad ignora alguna existencia de Litio, ignora que la observan de cerca, que la acosan, ella sigue con sus juegos de desesperada, el juego de hundir las uñas en las espaldas. Eran los últimos días de la Litio y Soledad había vuelto de una manera extraña, su meta-novio caprichoso la había traído de la misma muerte agarrada de la mano, cansada, perdida despedía de su cuerpo un perfume diferente al barato que solía prestarse de alguna amiga. Soledad olía a cambios, no traía consigo sus vestidos desgastados, habría matado a Litio con o sin el chico en un arranque de locura sin imaginar siquiera que Litio la amó desde siempre, la amo en su inmadurez de ser perfecta. Por eso heme aquí, escribiendo con miedo a los últimos minutos que le queda al cuerpo de Litio de vida, porque su voz como dulce castigo de algún amor que quedo guardado sin contarse entre sus labios y su color índigo los puedo tener conmigo siempre estampados.

Au revoir… Litio. Au revoir… y bienvenida a mi ocaso.

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